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miércoles, abril 18, 2007

Nora





Nada niña. Que esta mañana he despertado con un pequeño diablo entre las manos. Y no es lo que piensas.

Veo por la ventana sobre mi cabeza el cielo gris. Es el mismo de ayer. Y me hace pensar en que gracias a un recuerdo grato las cosas al despertar se mueven a otra velocidad. Vieja fórmula, agradable el recuerdo provee de velocidad al humor. ¿Resultado? La primera mañana en años que despierto a escribir. Poéticamente estoy muerto, lo sé, pero (Anoche lo pensaba mientras cenábamos. Anoche pensaba en que se le muere la poesía a uno entre los dedos y como lo sufre el Pollo a la Cebolla, los océanos, los boletos capicúas, y tus hijos, perra!) es como un increíble pececillo de colores en la nave de un astronauta enloquecido por la grandilocuencia de su solitario abandono en lo laxo del espacio. Es que desperté y recordé una acción tonta y una reacción sublime. Llegamos de bares y fuiste a dormir. Dejaste encendida la luz del baño para que no me perdiese. Estaba en la cocina haciendo aquellas cosas que hago ausente, como mirar un vaso de agua sin ésta, hasta asimilarlo como tal, aunque generalmente no crea que sea un buen recipiente para el mar que bebiste durante el gesto de tus ojos. Y la luz me atrajo. Fiel mariposa noctámbula sabe de flores y moleculares sensibilidades. Me acosté junto a tu cama dejándola encendida. Bebimos gin-tonics esa noche, y más, y tengo presente la mirada de la mujer del escritor siguiéndome toda la noche, yo incapaz de jugar al ratón y al gato, o viceversa, con su pelo corto. ¿Te dije que no me gusta ver dormir a las personas? Aunque esto era levemente diferente. Luego saltaste, como un gesto de tus pulmones, y la apagaste.

Luego encallamos en los sueños, porque nada es como lo he contado, pero es el réquiem de toda historia.







G. G.


12.04.007 09.35 a. m.