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jueves, julio 17, 2008

Infancia Freud e Infancia


Ha habido algo. No anoté el número de la matrícula cuando se deslizó por la calle y se perdió en la bruma del principio del relato. Pero ha habido algo. No pienso en describirlo. No hay forma de hacerlo. Es algo interno, la matrícula la recuerdo por si el idiota pisa un perro y no se detiene.
Escribí hace tiempo, no se cuando, no lo sé y aquello se perdió, que alguien como un tigre saltaba sobre mi infancia. Estoy pensando en ello, y mucho desde entonces. Desde antes también. Me faltan herramientas aún. Sobre todo entereza para enfrentar esto. No recuerdo la infancia. Ni mucho de allí en adelante. Un tornillo debe haberse saltado, alguna conexión floja sucumbió a la delgada etapa de la infancia, desde entonces solo hay niños jugando con pelotas, niños junto a artefactos programando diversión, algunos recortes de situaciones, pero por ejemplo, cuando intento enfocar los recuerdos en mis hermanos hay un borrón, un vacío, un lugar sin respuesta, una lamina blanca sostenida por el aire delante de los ojos cerrados.
Pienso en ello, busco a mis hermanos en la infancia, a mis padres, no lo sé, algo, y rebusco allí, revuelvo, en algunas noches de insomnio con los ojos bien apretados rastrillo el disco duro de la memoria hasta dormirme de alguna manera frustrado.
Sin embargo continúo, ese espacio tiempo probablemente se abrirá cuando sea un anciano y solo hable de ello a quien sea.
Pero ha habido algo últimamente que salió a la superficie, muy lento después de tanto rascar la superficie del insomnio. Tuve un primer atisbo de estos resurgimientos cuando a mi madre le pregunté un día que casualmente fue mi vigésimo y tantos cumpleaños sobre algo que había sucedido. Algo que lo llamé sin saber porqué aborto. ¿Tuviste un aborto cuando era un niño? Solo dijo que sí. Fue un sencillo sí. Pero se abrió un espacio grande, esos días entonces tenían sentido. Esos días entonces los había vivido. El resto giraba enloquecido en algún oscuro cuarto.
Estoy aburriendo, peor, me estoy aburriendo. Freud me abrió sus páginas, casualidad pura. Lo compré en una casa de ropa usada, y entendí a que se dedican los psicólogos. Lo entendí.
Entonces vamos al grano, la respuesta estaba en los sueños. Allí es donde radicaba el problema. Jamás recuerdo lo que sueño, salvo contadas veces que guardo en la memoria, en el mejor de ellos soñaba que era el primer astronauta de Necochea, y el que me impactó bastante fue uno en que soñaba que despertaba y oía una bocina de camión y desperté y una bocina de camión sonó. Los sueños no eran, o son, para mí pero comencé un ejercicio durante un tiempo, cambie la realidad. Viví en el sueño. No es difícil hacerlo, solo hay que pensar en ello, o simplemente dejar de pensarlo y hacer de cuenta que es así. Entonces como en el sueño todo es posible viajé en el tiempo como un observador y me observé durante la infancia. Vi mi infancia, viví mis recuerdos, pero en momentos había una serie de desapariciones o cierta ausencia. Seguí un tramo buscando esos momentos y di con uno. Volvía del mercado caminando, sentía los olores y miraba las hojas de los árboles desde abajo, en un momento todo se tornó opaco, silencioso y una figura se acercó. No estaba muy definido su contorno pero era alto y dejaba una sensación agradable. Me acompañó de regreso a casa. Luego desapareció, y el sonido regresó, lo mismo que los colores reales. Varias veces ocurrió este encuentro, a veces era por más tiempo, a veces por menos, cuando cumplí seis años ocurrió algo, ese amigo invisible me acompañó a algo que no puedo explicar que era o parecía y subimos a él. Viajamos un instante hasta un sitio que me dijo era su casa, me hizo acordar a Chascomús (una vez con alguien fui al centro de la laguna y casi no se veían las orillas), así era su casa, un sitio lleno de agua sin olas, luego me llevó de regreso.
Hace un tiempo regresé a la realidad. Ahora noto una cierta comodidad conmigo mismo, como que aquello que incomodaba estaba solucionado. Alguna que otra vez había tenido sensaciones raras, ahora sé porque, pero no me molesta demasiado, ni siquiera los martes.


Gg
27 jun. 08
Marbella

domingo, julio 06, 2008

Pensando en algo así como que estabas ahí







Estabas a punto de gritar desde el otro lado del cristal de la botella, justo frente a mi vaso desde donde miraba la calle de enfrente cuando un auto verde se estaciona y el hombre baja y enciende la alarma al caminar calle abajo mientras levanta la cabeza y busca testigos en las ventanas de los edificios después de chocar, no, solo dar un golpecito al parachoques a aquel que tiene detrás y al que tiene por delante. Y el grito en la puerta de tu boca como detenido en algo así como el tiempo, pero ya en tus ojos ese gesto es patente, la apertura, digo, los ojos abiertos, muy abiertos y la boca no precisamente en todo su esplendor, y el grito dentro de ella, a la vista, forzando los pulmones, pugnando por salir. Y cierro apenas los ojos y me preparo a distender el tiempo para vos, no para el resto del mundo porque es inverosímil, un acto inocuo e inútil, un desgaste de energía si acaso la tuviera, en fin, y conduzco mis manos a los apoyabrazos de la silla con la intención clara de sorprenderme, porque es lo que hago cuando estas a punto de gritar, me sorprendo, pero con una soltura envidiable, con una previsibilidad indiscutible. Y llega el sonido. Llega y el cuerpo recibe el encantamiento como una sinapsis simultánea, acompañada por una combinación de tañidos de campanas, bocinas de buques, tambores africanos, y tu voz, a la que me refiero como un grito, que no es tal, sino una tonta aseveración fluctuada por todo aquello que provocan circunstancias más allá de lo consciente, me susurra al oído, como un campo verde de espigas atravesado por una corriente de aires cálidos, que sí.
Que sí.

Una maceta cae desde un balcón de aquella colmena sobre un auto verde.







g. g.
Marbella, 14.05.007