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jueves, diciembre 01, 2005

Lo increíble cuando uno abre un poco el espectro sensorial y de como algunas cosas aparecen de ningún sitio





Hoy al ver “Mi vida sin mi” afloje un par de tensiones y ante un par de situaciones sentí algún movimiento de fibras y músculos que hace demasiado tiempo sostenía entre glaciares de mi personalidad.
Decía de cómo algunos aspectos sensoriales se abren o modifican parcialmente o durante contados momentos que te permiten vislumbrar durante quizás unos minutos cosas que están ocultas dentro del velo real de la realidad, cosas que se nos escapan a la mayoría como movimientos extraños de cosas inamovibles, sonidos fugaces y sombras que parecen poseer “algo”. En cada recodo o esquina algo parecía como estar acechando y la única persona que crucé en toda la noche gira su cabeza y comienza a mirar al cielo justo un momento antes de entrar yo a casa. Por eso intento dejar esto encriptado con estas palabras que por momentos no me creo ni yo mismo pero que últimamente estoy atravesando en los que después de una acción que ya casi considero rutina y que es ir a lo de Mati, tomar unos mates, ver una película y perderme unos momentos en sus ojos negros, para luego salir a la calle en la madrugada y durante ese camino ya tantas veces recorrido desprender ese trozo de conciencia, que a veces ya no soporto, para sentir algunas cosas como la mirada de un gato negro que ha caminado delante de ti durante casi cien metros, o ver formas bajo el asfalto moviéndose en distintas direcciones o también mientras tarareaba una canción de Radiohead un caballo blanco aparece en una esquina y queda encabritado en dos patas para luego quedarse mirándome y relinchando para luego desaparecer virtualmente por una calleja.
Amo estas noches, amo estar vivo en situaciones en las que poco vale una cuestión tan banal como ésa. Porque uno entrando tan profundo a veces en el corazón de los otros mundos tiende a perder el miedo por la muerte y consigue la receta para vivir de una forma que al más errante de los gitanos encantaría, pero uno en medio de su frágil mundillo material imagina el dolor que algo de ello puede remitir. El dolor como una pérdida de tiempo que por momentos hace sonar campanarios en las cabezas de la gente y ésta despierta de un sueño que fue verdad, que los ojos del dueño del sueño dieron forma y color al dolor en su alma, y que esos colores no se curan con la palabra, ni se cubren con más que una cuchara de rojo líquido de una alma vieja, nada de eso sería fácil para mí o cualquiera imaginar, pero éstos son momentos que disfruto, yendo un poco más lejos de lo que la ciencia permite, y adiós, que algo que no creerías está ocurriendo detrás de tu mirada…




G. G.
26-11-005
(tambien falta alguna correción)

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