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viernes, febrero 22, 2008

Trigénimo (o las pasarelas y la pornografía)





Prendió el fuego con las manos, con las manos llenas del espacio ocupado por un mechero conteniendo el frío gas combustible de su plástico interior, la incandescencia aplacada hasta la descarga de la exacta chispa que desencadena lo que durante millones de años nos costó encontrar, y que aún hoy, de una forma u otra, nos postramos ante su visión y poder, pues porque el poder del fuego aún desvela, y somos, quizás a veces, aquellos en las cavernas, junto a unas ramas encendidas e intentando devanar la realidad de esas sombras proyectadas contando proyectos aún débiles de concatenar pero los que nos hicieron tan propensos a ser la raza superior, la que domina al fuego y a las otras bestias, a su placer, a su necesidad y en ese mismo orden.
Prendió el fuego con el mechero entre las manos y los dedos despidiendo el calor de la llama a la emanación del gas que el quemador de la cocina emanaba y el estallido mínimo y controlado de la hornalla se produjo, y en la que el agua contenida dentro el recipiente con la forma de un pato o cualquier ser amorfo salido de una fábrica de anormalidades, ¿que es la anormalidad a tus ojos, la prematura consciencia del gusto por lo externo, lo que no forma parte de tu piel y la superficie de ese universo, oculto apenas por la superficie opalina del agua que divide el aire del cemento, el hormigón y la superficie del planeta? comienza su proceso. Y el agua comienza ese proceso, aumenta su temperatura rápidamente, casi al mismo instante se nota en la mano dentro del agua los cambios en la temperatura y el agua que se enturbia y la mano entonces comienza a perder efectividad ante el dolor y se retrae hacia fuera y se sale, se saca, se retuerce fuera como el pescado recién pescado. Chupo el dedo grande, el pulgar apenas cocido, menos que el pequeño, que está en su mejor punto, donde la carne se despega del hueso. Hay diversidad de maneras de pensar que uno se alimenta de si mismo, de que se convierte en caníbal, en un antropófago de su ego, pero llegar al punto de probar que la misma carne humana es comestible para el mismo depredador no concierne a la mayoría, al total, a la atención general.
El mechero con su chispa encendió la hornalla que da el calor al cuenco con el agua que alcanza casi el punto de ebullición y justo en ese mismo punto anterior cuando ya está preparado de antemano, o incluso durante ese tiempo lineal, el mate descargo una parte del agua probando que la mezcla de yerbas y azucares alcancen la temperatura requerida asomando la mirada por fuera de la ventana donde los coches al pasar hacen sus sonidos, las hojas de ese árbol ausentes por invierno están en proceso de emerger de entre los tallos y el aire, algo tenso, de un tercer piso en la ciudad donde me he trasladado hace casi tres Lunas en la calle Bazán. Y la temperatura es la buscada y el mechero junto a la cocina contiene sus gases fríos encapsulados quietos, exánimes y los coches emanan ahí debajo desde todos los ángulos el sonido eterno y el sabor verde del mate traslada los sabores no solo verdes por situaciones anteriores y porvenir. El mate es casi una pausa en transito entre situaciones. Al exagerar alguna de ellas el mate contiene y disuelve sus consecuencias, al igual que en sentido inverso altera las facciones irresolutas e insolventes y les aporta la calidad y necesidad que éstas requieren. El mate, un acto solemne que llevase a cabo cada tanto, cada época posterior a la curación de una herida. La herida de una mano calcinada por el agua que lo ceba.







Gg
Febrero de 2008


Marbella

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