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martes, diciembre 27, 2005

Despertad, fariseos, que la calma de la mar proviene de la tormenta que gira en la rotonda del Ebro

Ella/Él/Principio/Metástasis/Fin

Yo también (porque no fui el único que invirtió en el plazo fijo del interés a su carne) desconocí el hecho de que nada en ella pudo haber sido de mi propiedad. Es decir que si. Que la entrega fue desinteresada hasta el punto del servilismo canino donde fondeamos ya con nuestros propios limites marcados investigando una excepción a lo conocido y cuando al vernos sobresaturados de tal falacia en la que cada uno descubrió dentro de la inefable rutina que no habíamos logrado avanzar medio paso hacia la diadema de la felicidad empezó entonces el perigeo hacia la búsqueda de la excusa ideal en la que poner fin a la misericordia de ambos. No es que ya no se sorprendían, aún escribían el nombre del otro con vaho sobre el cristal del bar donde por extrañas casualidades se cruzaban o dejando por las mañanas extraños cactus difíciles de localizar en sitio tan pequeño y tan poco desértico, pero la cosa ya no era más que una infantil muestra de aprecio hacia un sorteo en el cual uno de los dos sacaría el número exacto para alejarse y vivir mil vidas sin volver a pensar en el otro mientras que el antagonista quedará con la huella del camión-oruga de los sentimientos marcado en el subconsciente más una carga de recortes de diarios extraños, más cosillas encontradas en las caminatas nocturnas, más miles de fotos tomadas a desagotes de canaletas que muestran como el cielo llora y como esas lágrimas se derraman hacia agujeros lejanos. Cosas que quedan para torturar al perdedor que dé el paso hacia el lado del conformismo y que reconozca que hubo una serie de movimientos en su tablero que le dejaron en jaque la pecera del recuerdo.




G. G.
26/12/2005 4:24 AM