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viernes, enero 20, 2006

Vizcacheando




Rodeando la vizcachera para hacer unos tiros apoya el Winche para cruzar el alambrado y cuando levanta la pata éste se desliza y el ojo negro del caño le apunta y hace clic y una chapita le sube lenta hasta el ojo
Luego silencio, la noche y las vizcachas que arrastran basura y yuyos a la vizcachera y el cielo moviéndose y de repente caber en el hueco y las vizcachas con dientes rojos lo miran sin que pueda él ya sentir un músculo aparte del ojo

G. G.
10-005



Un breve robo-homenaje a Quiroga, que me perdone su madre, no su estética.

Imagen Nª 6667724435928840312255377 Clima Insistente. Posibilidad de Chaparrones. Presión 1004 Hepto Pascales

Básicamente el anacoreta infringió su poca Ley




Mirá. He dicho mucho. He contado tanto que la cuenta se pierde. Y queda tanto que esta vida queda minúscula si lo quieres detallar con palabras. Miento, pero sé cuánto he contado de corazón y cuánto de ejercicio, relleno y soporte o mascarada para que definidas cosas redunden con el brillo extraño que las caracteriza.
Pero es que hablaban en sueños, y yo escuchaba entre ellos, a los cientos de personajes que he creado. Reunidos en una especie de mitin medio trucho dentro de una gran construcción de mi mente entre un ambiente fiestero y decían, y decía a los gritos yo en plena facultad autocrítica, de la supuesta superficialidad de la imaginería adosada a la mayoría de ellos. Entonces, como de ninguna nube o cosa extraña, ella aparece en escena dentro del sueño. Aparece e involuciona todo el asunto. Porque ella lleva la delantera, sabe del impacto de su entrada y de sus formas. Ella tiene lo que hay que tener en un sueño, imagínenlo. No puedo describirlo por la simple razón que sería el mío y no el vuestro, además para los sueños no suelo recurrir a estereotipos. Entonces ella llega. Llega y desploma el asunto, lo vapulea miserablemente con un par de movimientos de caderas y bamboleos de sus grandes ubres saladas. Todos acusan un retrógrado estado de infantilismo y la juerga se torna insoportable y me salgo porque una mina para todos los que estamos ahí es medio poco a mi parecer. Entonces dije que me salgo. Y despierto. Despierto y estoy en una cama que no es la mía. Y adivinen qué? Ella esta ahí, a mi lado, apenas los pies cubiertos por una sábana. Ella, la del sueño. Gira, me mira entre los vahos de la resaca del sexo, y se pone a gritar! Hace que me desconoce y llama a la policía y que quien soy y todo eso y yo corriendo por los ascensores y pasillos como un romano envuelto en la blanca sábana que lleva sus aromas más inconfundibles. Un guardia de seguridad intenta detenerme y con un torpe y rápido movimiento lo desarmo. Lo amarro con sus esposas a una columna corintia y destrozo el handie contra un fresco de Baussmann. Son las apenas las 5 de la mañana y estoy huyendo de una cama, desarmando a un agente de seguridad, solo me queda encontrar a Marlon Brando en la puerta del edificio de donde salgo huyendo.
La puerta de la que huyo comienza a llenarse de gente, gente conmocionada de camino al trabajo ante un hombre golpeado y maniatado. Algunos seguro estan llamando a la ley. Me desaparezco entre las pequeñas entrañas de las calles. En la oscuridad estoy vestido como un fantasma y cruzo a un tipo que mira raro, quizás también haya escapado alguna vez de una cama vestido solo con sábanas. El tipo mira raro, y le sigo la mirada, la capucha que le cubre la cabeza se retuerce como lleno de cabezas de serpientes y no me sorprende, en este juego irreal ya nada tiene la desventaja del temor a lo desconocido. Entonces su mirada, mirada que debería convertirme en piedra, solo me observa. El tipo, que no es tipo, sino el personaje mitológico femenino que se llamó en sus épocas Hidra, ya es solo un viejo reflejo de lo que entonces fue. Su rostro femenino denota un ancestral cansancio, el cansancio insoslayable de la eternidad obligada y llevada a rastras desde el inicio de los tiempos. Y no sé por que me apiado. Me entra en el cuerpo una cosa profunda como la piedad, algo que había considerado excluido en la lista de sentimientos y le ofrezco el brazo. Del brazo me arrastra por oscuros pasillos por donde la oscuridad es la más absoluta de las formas y los sonidos existentes allí calan mis oídos con infrecuentes entonaciones.
He dicho mucho, y he escrito otro tanto, veraz, fantástico o lo que fuere, pero me es difícil contar lo que sucedió al encontrar el sitio que buscaba entre esos penosos pasillos de la mente mi compañera. Lo dejo a vuestra entera disposición, pero imaginaos algo que no lleva palabra alguna y no obstante resume todo. La locura más absoluta y descabellada es nimia ante aquello, pero debo agregar que por un momento, solo y durante lo que dura un deseo, ella me hizo sentir su rey.