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lunes, agosto 01, 2011

Mujeres que Fuman XXIII


Estoy en calzoncillos escribiendo esto a las 3 de la madrugada pensando como el sueño se me modifica cada vez de acuerdo al estilo que llevo de vida. Hoy al regresar de la playa en la bicicleta atropellé una paloma y me clavo una garra en el brazo. Luego levantó vuelo sin ayuda (Así se hace). Yo me detuve a mirar como desaparecía tras un edificio lleno de cristales ardiendo al sol. Una serie de pinturas sobre elementos cotidianos modernos está colgada sobre las paredes y apiladas en diferentes sitios de la casa. Al entrar y salir siempre hago un recuento de ellas a ver si esa suma se modifica. No es así. Solo cuando regreso me pongo a observarlas un momento con algo de agradecimiento a las cosas que el mundo me pone como modelo para que plasme con colores. Abierto en la mesa hay un libro interesante de Susan Sontag, Sobre la Fotografía. En el cuarto hay otro comenzado, una interesante novela de Murakami, algo del fin del mundo, muy Kafkiana, entretenida y con guiños a mi odiado por inalcanzable Borges. Leí recién con bastantes dudas desde el ordenador y en PDF los anormales, de Foucault, parte de su segundo capitulo para un grupo de lectura, lectura lenta (cocina lenta), reivindicativa del pensar y relacionar palabras y fundamentos de éstas. Creo que ya me quedan 200 millones de libros de hace un año a esta parte por leer. No quiero apagar la luz e ir a dormir, hoy no interesa eso. Creo que hay cosas que hacer mas interesantes que dormir. Aunque se cuales y también ello engendre dudas lo postergaré un rato más mientras derivo en palabras, acto que beneficia y produce un cierto éxtasis que pocas veces logro convocar. Por la ventana pasan los espíritus de la noche en sus trajines, en las postrimetrias de algún acto amparado por las farolas de las calles, algunas gritan, otras solo son silencios con presencias imperdibles. Mientras lío un cigarrillo una polilla ha pasado a mi alcance y le he dado con toda la mano. Ha ido a estrellarse contra las zanahorias sobre azul dejando un pequeño reguero de escamas doradas y un poco de jugo de sus entrañas no tan dorado. Nunca me gusto la idea de matar insectos por matar. Y no fue un acto reflejo. Me voy tornando urbanoide, un desconocedor de la vida fuera de lo que me atañe en lo material. La superficie áspera de mi cuerpo se encarga a veces de lograr actos que apenas reconozco. Esta tarde en el mar, por poner algún ejemplo, un pequeño cardumen de alevines se me acercó cuando flotaba en la superficie del mediterráneo y mientras los observaba pensaba en la reunión del 15M que se llevaría a cabo en la plaza más tarde, de repente los pequeños pececillos estaban atrapados en la red de un niño que los apretaba entre sus dedos uno a uno y yo entre ellos intentando coger impulso con el cuerpo retorciéndome en los gases del aire de la tarde para escapar a una muerte inútil, y la plaza también estaba en la red agitándose! Ya después retorné al agua, los peces estaban allí, el agua era clara, muy clara y los niños con sus maquinas en red jugaban lejos de allí y la plaza estaba bastante mas lejos de cualquier paradoja. Time Out. Me voy a leer a Murakami, la lectura fácil, la lectura que duerme a las bestias con su música iridiscente y superflua pero que agita la superficie de una realidad que mejor es escribirla que leerla para encontrar el punto donde se despliega el doble-fondo. O acaso no estamos hechos de números romanos?


GG

01/08/11