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martes, noviembre 08, 2005

El Día Mundial del Piano



El día éste encendí el cenicero junto a la ventana, quemándolo todo, cenicero, ventana, luz, cortinas y el vecindario completo.
Llegó entonces el hombre que atestigua en primera persona ser de la policía y a los pocos minutos el de bomberos se hizo el presente con su respectivo traje de hojalata plástica junto a sus amigos haciendo sonar la campanita del carro.
Como siempre he sido un desconocido para mis vecinos y este mundo cunco, y si encima había calcinado a los pocos que me habían observado alguna vez, me protegí entre la turba que, agitada y a los vítores, pedía la cabeza del alcalde en una bandeja de loza para sacarle los abscesos con mondadientes para hacer mermelada.
Entretanto veo de reojo como un piano de cola Stenways & Sons salta desde la ventana de un alto edificio y cae en picado hasta estrellarse y salpicar los dientes de sus teclas de marfil y ébano sobre la piedra del piso del pasaje del Peligro.
Alguien de entre la multitud echa fuego sobre las cuerdas aún vibrantes y los latigazos al estallar éstas por la temperatura entre el crepitar producen notas nítidamente nuevas y jamás oídas por oídos onerosos. El fin de dicho capítulo lo ocasionó el floshhhh de una manguera de agua a presión sobre las cuerdas calientes de las graves que sobrevivían que, más anchas y resistentes éstas, se cortaron al unísono. Fue un sonido quedo aquel. Y la mueca de satisfacción del comandante general de brigada de la manguera me hizo recordar a Klaus Kinsky cuando amenazó matarse y, al no encontrar la forma, hizo invisible su inmortalidad.


G. G.
Julio del 005

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